Por Monseñor Oscar A. Romero
Obispo Auxiliar de San Salvador
Desde la Catedral de Bogotá, Pablo VI, perfiló las «tres orientaciones» que debía guiar los Obispos al reunirse, en Medellín, hace cinco años, por estos días de agosto y septiembre: Renovación espiritual, inundante caridad pastoral y concreta sensibilidad social. Sobre estas tres coordenadas se construyeron, las célebres «Conclusiones» que, meses más tarde, el mismo Papa calificó de «monumento histórico».
Si no se hubiera perdido de vista aquellas tres «orientaciones, que conectan la perspectiva de los documentos de Medellín, con el Espíritu del concilio Vaticano II, no se hubiera desfigurado tanto aquel acontecimiento eclesial que, con toda razón ha llamado Monseñor Pironio «el paso del Señor por el Continente».
Un hecho de la vida de la Iglesia, tan trascendental, para América, se ha desfigurado por la exageración de los dos extremos: el de los que no quieren dejarse llevar adelante, por el vigoroso soplo del Espíritu Santo, que impulsa a la iglesia a una presencia más dinámica «en la actual transformación de América Latina» y de los que quieren acelerar tanto ese dinamismo, que hasta han llegado a confundir las exigencias del Espíritu, con el espíritu de una revolución anticristiana. Unos y otros han hecho mucho mal al verdadero espíritu de Medellín, que ante todo, es un espíritu religioso, pues «el fin que Cristo asignó a su Iglesia es de orden religioso». Pero precisamente de esta misma misión religiosa, derivan tareas, luces y energías, que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana, según la ley divina» (GS 42).
Pro eso ha podido precisar Monseñor Pinonio, uno de los verdaderos profetas de esta hora de América: «ser fieles a Medellín, significa dejarnos invadir por su espíritu religioso. Es decir, dejarnos penetrar por la acción transformadora del Espíritu Santo, que nos llama a ser profetas y testigos de la verdadera presencia del Señor resucitado y nos hace profundamente interiores-hombres de reflexión y de estudio, de serena búsqueda, diálogo y contemplación- y que nos lanza a la construcción de un mundo nuevo y de la sociedad nueva, con espíritu de servicio. Medellín no es el Evangelio. Pero tampoco es un simple elenco de principios sociales. Es una manifestación y exigencia concreta del Espíritu en un determinado momento de la historia. Es un modo de interpelarnos el Evangelio en sus exigencias de salvación y apostolado».
No dejemos pues, que las «Conclusiones de Medellín» se enerven entre los extremismos humanos que tanto los han desfigurado y desvirtuado. Volvamos a ellos con un sincero espíritu de conversión personal y social, con una sincera búsqueda de Dios. Miremos el acontecimiento de la Iglesia en Medellín, desde la perspectiva que indicó el Papa con sus tres «orientaciones» que lo iniciaron: renovación espiritual, caridad pastoral y sensibilidad social. Sólo con esas condiciones Medellín como el Concilio podrán producir los hombres nuevos que serán los artífices del mundo mejor, que Dios quiera para este Continente.
3 de Octubre de 1973Número 30872 – Pág. 1 – 30 de Septiembre: Día de la Biblia