Por Monseñor Oscar A. Romero
Obispo Auxiliar de San Salvador
Pablo VI acaba de dibujar, con certeras pinceladas, las dos caras del problema de las vocaciones y del seminario en el momento actual de la Iglesia. Al dirigirse, el 12 de septiembre, a la congregación de los Padres Vocacionistas, recordó, «con cuanta solicitud, el Concilio Ecuménico, ha subrayado repetidamente, la preeminencia y la urgencia de un tal problema que es de vital importancia para la Iglesia (cf.PO.11, OT,2). Por otra parte, es posible, que nunca como hoy el problema de las vocaciones, haya suscitado tantas preocupaciones, en el campo pastoral. Las condiciones de la vida moderna, la no siempre ordenada carrera hacia un mayor bienestar material, el cambio de ambiente en las familias, han tenido como consecuencia, la disminución de los aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa. Es que el Señor llama menos o que su voz ha perdido eficacia? Ciertamente, no. Se trata, por el contrario, de que han llegado a faltar, las condiciones favorables para que la llamada divina, pueda ser escuchada y seguida.
Por tanto es necesario actuar con todo cuidado y diligencia, en el trabajo de la búsqueda y educación de las vocaciones. Es este un trabajo que debe comprometer a todos, sacerdotes, religiosos y seglares en estrecha colaboración.
El problema pues ve, más a fondo que una crítica petulante y neurasténica contra los Obispos y que una perspectiva sentimental o nostálgica de un edificio vació. Es un problema de fondo que no se resuelve, echándonos la culpa unos a otros, sino asumiendo todos, la responsabilidad. Es un deber «como dice el Concilio» que pertenece a toda la comunidad de los fieles que debe procurarlo, ante todo, con una vida plenamente cristiana». «Espíritu de fe y de sacrificio, paciencia, grandeza de espíritu, cuidado constante, entrega y amor», son los valores que Pablo VI, menciona como necesaria conjugación para obtener los sacerdotes que nuestro pueblo necesita hoy. Porque hoy como siempre, los sacerdotes que nuestro pueblo exige a la Iglesia, no son unos líderes terrenos, al estilo de tantos sociólogos y políticos modernos, que están desvirtuando la verdadera misión de la Iglesia, sino unos hombres de Dios que tengan el corazón y la cabeza bien puestos: su corazón en que rebosa a un amor decidido a Cristo y un amor inquebrantable a su Iglesia jerárquica y un cerebro que no sea candil que oscila entre opiniones de moda, sino faro seguro de auténtica teología.
Estos son los sacerdotes que los Obispos se están forzando por ofrecer a su pueblo. Toca al pueblo ofrecer la materia prima de jóvenes generosos y fuertes, que no rehuyan las severas exigencias de tan elevado ideal; toca también al pueblo colaborar con sus Obispos, no entrometiéndose en su responsabilidad de decisión, sino prestándoles todo el apoyo espiritual, moral y material para superar esta crisis vocacional.
La comparación del Concilio no podía ser más oportuna para nuestro momento: «hay una causa común entre el piloto de la nave y el navío…