Por Monseñor Oscar A. Romero
Queremos traer a nuestra columna editorial, una oportuna colaboración que con la asiduidad de siempre, nos envía D. Abelino Alvarez. Y lo hacemos para subrayar una coincidencia, que nos lleva a hacer un llamamiento a la sincera colaboración entre la Iglesia y la Comunidad Política, en favor de este problema, y a que «ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre» (Concilio Vaticano II, GS76).
Bajo el título de «El absentismo en el campo» nuestro colaborador escribe este análisis: El en campo reside esa masa humana que se mueve y vive preocupada por obtener una vida mejor en un clima de bienestar. El campesino ofrece sus energías, por un jornal exiguo, que apenas alcanza para aliviar sus necesidades. Y es entonces cuando se desespera y buscando un necesario y urgente mejoramiento, se siente obligado a abandonar el campo y trasladarse a la ciudad, en donde cree encontrar la solución de su problema de subsistencia. Es la comunidad entera la que sufre los efectos de este absentismo del campo y de esta congestión de la ciudad: los campos se quedan solo, carentes de mano de obra para su cultivo y en las áreas urbanas escasea el abastecimiento par ala población creciente, se fomenta el hacinamiento humano, aumenta el desempleo, etc.
¿Existe alguna solución para este problema? Sí. y es este estímulo al campesino, reconociéndole justamente su salario y pagándole puntualmente: ayudándole a resolver sus dificultades de índole económica, haciéndole prestaciones, mantenerlo sano y dispuesto al trabajo, darle buen trato como ser humano que es, convenciéndolo así de que la vida del campos es la mejor; al verse así tratado, abandonará toda la idea de emigrar del campo, ofrecerá sus energías con más gusto y verá en sus patronos, más que rivalidad y explotación, sincera fraternidad y cooperación.
Mencionábamos, al principio, una coincidencia y un llamamiento. Y es porque en su discurso del 15 de septiembre el Señor Presidente subraya este renglón la política agraria y poblacional, que también constituye una de las preocupaciones más apremiantes de la actual doctrina social de la Iglesia. Recuérdese por ejemplo, la «Mater et Magistra» con sus exigencias de una más adecuada política económica agraria, o la «Octogésima adveniens» con su profundo análisis del problema urbano.
Esta coincidencia de preocupaciones entre la doctrina de la iglesia y las líneas de un gobierno, en vez de suscitar rivalidades y sospechas de inspiración partidista, debería más bien impulsar a un diálogo constructivo de ideas y sobre todo a aquella colaboración de esfuerzos que recuerda el Concilio, aún teniendo en cuenta la autonomía e índole propia de ambas instituciones, pero al servicio de la única vocación del hombre. Este servicio lo realizarán con tata mayor eficacia para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo».