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Número 30955 – Pág. 3 – PRIMERA CARTA PASTORAL

De Monseñor Oscar A. Romero
-Continuación-
No necesito recargar esta palabra con acentos demagógicos que no construyen; ni es necesario hacer ver una realidad que todos ven y muchos viven y que técnicos en la materia saben describir con la competencia que no es de un pastor de la Iglesia. A éste sólo le toca elevar su voz para hacer un llamamiento al amor y a la responsabilidad, para que ricos y pobres se amen como manda el Señor (Jn 13,34) «Porque ni el odio ni la violencia son la fuerza de nuestra caridad» (Pablo VI, 24 VIII 68).

Porque ¿Cómo puede el Espíritu Santo hacer de nuestra Diócesis una comunión de amor si reinan egoísmos y resentimientos y desconfianzas? Y ¿Cómo pueden florecer las vocaciones y los carismas que le Espíritu Santo está resucitado en un ambiente que materializa y enerva los corazones por demasiadas comodidades y demasiadas incomodidades?.
Nuestra Pastoral Social
Una pastoral social que ya gracias a Dios, también se vislumbra en la Diócesis, está haciendo eco a la voz del Concilio al llamar a los laicos «a quienes por su competencia en los asuntos profanos corresponde el lugar más destacado» (LG 36)- para que con su actividad, elevada desde dentro por la gracia de Cristo, contribuyan eficazmente a que los bienes creados, de acuerdo con el designio del Creador y la iluminación de su Verbo, sean promovidos…para utilidad de todos los hombres sin excepción, sean más convenientemente distribuidos entre ellos y a su manera, conduzcan al progreso Universal, en la libertad humana y cristiana.
El mismo Papa, respaldando esta sensibilidad e inquietud social del Episcopado Latinoamericano, exhorta indirectamente a toda la sociedad: «que vuestro renovado impulso apostólico n se vea frenado por la insensibilidad de algunos cristianos ante situaciones de injusticia..y que ese mismo impulso sea capaz de conjugar la tentación de entregarse a ideologías ajenas al espíritu cristiano o de recurrir a la violencia (al CELAM 3-XI-74).
Bienaventurados los Pobres

Sin embargo quiero recordar a quienes carecen del bienestar, pero no por culpa de sus vicios o del desorden de su vida que su precaria situación siempre ha merecido las preferencias del amor de cristo y de su Iglesia. Y que, por estar mejor dispuestos a la virtud de la pobreza de espíritu -que no es simple carencia de bienes materiales ni perezoso conformismo-, merecieron la primera bienaventuranza del Divino Maestro, porque consiste en el desapego del corazón que, como condición indispensable se va a exigir a pobres y a ricos, para entrar en el Reino de los Cielos. El paraíso que una falsa liberación espera construir en esta tierra, es pura ilusión; en cambio la virtud de la esperanza siempre será necesaria, aún para aquellos que tienen bienes de esta tierra, porque sólo se apoya en Dios y espera los bienes imperecederos del verdadero paraíso, que están muy por encima de los bienes efímeros de la tierra.

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