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Pág. 6 DICEN QUE «DIOS HA MUERTO»

Por Monseñor Oscar A. Romero
Obispo Auxiliar de San Salvador

Vivimos en una hora en que los hombres, orgullosos de su ciencia y de su técnica, ignoran a Dios y le vuelven la espalda. Incluso ha tocado a nuestro tiempo oír la terrible proclamación de «la muerte de Dios».

Pero en esas experiencias y actitudes, más bien, prácticas que científicas, del ateísmo contemporáneo, se encierra un exuberante reclamo a la fe de los que creemos en Dios. El mismo Concilio Vaticano II es el que ha hecho este reclamo cuando analiza que «en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión». (GS. 19)
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En efecto, muchos se han forjado de Dios una idea falsa, casi una caricatura de Dios que provoca el rechazo más bien que la admiración y el cariño que le debemos. Por ejemplo, un dios, refugio de la cobardía o de la ignorancia de quienes no se esfuerzan por realizar sus capacidades humanas para hacerse señores del universo como El mismo nos ha mandado…o un Dios objeto de explotación para obtener influencia o poder religioso o para dispensarse, en complicidad con un falso concepto de la esperanza, de las urgentes exigencias de la justicia hacia sus semejantes…o un Dios contra el hombre, como si estuviera celoso de sus conquistas y de su grandeza y solo se complaciese en verlo humillado reconociendo su pequeñez y renunciando a la inteligencia y a la capacidad formidable que El mismo le ha dado junto con el mandato de dominar la naturaleza…Esas y otras muchas falsas figuras de Dios han contribuido a fingir un dios falso que el hombre de hoy con justa razón no puede aceptar y que por eso explican el ateísmo práctico de los que dicen que «Dios ha muerto».

Pero Dios no puede morir. El verdadero Dios, el Viviente de los siglos, no puede morir, porque está por encima de todas esas caricaturas de dios que los hombres pueden inventar y matar. No puede morir el Dios que se hizo presente en este mundo, en la figura adorable y en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. El Dios verdadero no sustituye al hombre en sus asuntos humanos, sino que lo presiona para que tome a su cargo sus tareas de hombre y perfeccione bajo su inspiración divina el mundo que El creó y conserva para el hombre; el Dios verdadero impulsa la voluntad y el esfuerzo del hombre para que él realice un mundo más humano y fraterno, de acuerdo con sus divinas leyes de la justicia y el amor.

Es necesario que mueran en nosotros todas las caricaturas de Dios, para que seamos capaces de revelar la verdadera figura del Dios que no puede morir.

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